La ventana

Levantarse y encontrarse con una nota cerca de la cafetera con todos los encargos que Eva me ordena o me invita hacer, es algo habitual. Ella siente que debe de organizarme el día para que no me olvide ninguna de las cosas básicas para la convivencia, y más en un día como hoy. No voy a decir que no hace bien al actuar de este modo. Soy bastante desordenado tanto física como mentalmente para insinuar que no necesito alguna ayuda para que los días no pasen con ensoñaciones y horas perdidas en placeres íntimos. Una de mis mayores aficiones es tomar un café, encender un pitillo y sentarme cerca de la ventana a leer y mirar lo que los vecinos hacen. No cambiaría esa sensación por nada. Voy a dejar la nota a un lado y me voy a tomar el café bien cargado con una pizca de leche y sentarme cerca de la ventana para mirar que ocurre en el exterior. La sensación de que lo que ocurre detrás de la ventana es lo real y aquí en el otro lado, en el interior, se encuentra un mundo irreal, compasivo, tranquilo, incluso algo viciado que me tranquiliza; nada me puede hacer daño aquí dentro, pero las órdenes recibidas no me lo permiten. La realidad del exterior me ha recordado que debo de llevar la ropa lavada a secar a la lavandería, y me lo recuerda la madre del gerente de ésta. Es una mujer de unos 60 años, puede estar viuda o tener marido, porque a él nunca lo he visto ni he encontrado ninguna evidencia de que exista. La imagen de ella asomada a la ventana me acompaña todas las mañanas, es algo desagradable. No sé si fumará pero cada mañana se asoma por la ventana y escupe a la calle, después vuelve a entrar y a los pocos segundos aparece con una virgen blanca y comienza a balbucear algo mientras besa repetidamente la figurita que tiene entre las manos. De alguna manera me gustaría ver su habitación, observar el espejo que imagino lleno de estampitas de santos, de medallas, de una imagen de Fray Leopoldo y un trozo de su túnica pegado con fixo en un borde de la cómoda. Seguro que no existe ningún mueble que tenga menos de 30 o 40 años y para arreglar algún desperfecto utilizará esparadrapo. Su hijo no es mucho mejor. Probablemente tenga mi edad o algún año más. Al igual que su madre parece que nunca se cambia de ropa y tampoco se lava demasiado. Si se afeita nunca lo he notado, y se siente que no hay nada más desagradable para él que seguir el camino que abrió su padre con esta lavandería y que ahora se debe de encargar de llevar tras el fallecimiento. No puedo verificar de ningún modo la descripción de esta familia tan peculiar. No tengo las más mínima idea del origen de este negocio. Y de lo único que estoy seguro es que son madre e hijo. Tampoco sé si tiene algún hermano, pero probablemente sea un poco menor o mucho mayor que él y huyese de ese ambiente en cuanto pudo. Esta es otra de mis aficiones, inventarme la vida de la gente que veo pasear y más si tengo acceso a una mínima parte de su vida conyugal. Justo en la planta de abajo viven dos viejos, que se asoman, ambos, por la ventana en camisón para mirar el tiempo y media hora después, ya vestidos, vuelven a la terraza y ya no los veo más a lo largo de todo el día hasta la mañana siguiente. Al final yo también estoy en la ventana espiando que hacen cada mañana antes de comenzar el día, de iniciar el mundo real que tan bien me evita este cuarto cada mañana que Eva se despierta y se marcha a trabajar. La soledad y el silencio que no me impide fabular la vida de los demás, escuchar música e inventarme un mañana inexistente.

Comentarios

Sr. Curri ha dicho que…
Puedo empezar entonces a escribir mi poema, que decía Fonollosa.

Cada día escribes mejor, Javier. Más fluido. Más verosímil.

Por cierto, no puedes negar tus orígenes. Nadie que no fuera almeriense diría Fixo en vez de decir papel celo, jeje.

Un abrazo.

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