Stefan Zweig

Regresó a su casa tarde, ya de noche. Estaba oscura y cerrada como un ataúd. Llamó. Unos pasos se acercaron arrastrándose: su mujer abrio. Al verlo se estremeció; pero él la abrazo dulcemente y la condujo dentro. No dijeron nada. Ambos temblaban de felicidad. Él entró en su habitación: sus cuadros estaban allí, ella había recogido todos los del taller para estar cerca de él a través de su obra. Sintió un amor infinito en ese signo y comprendió de lo que se había salvado. Sin decir nada apretó la mano de ella. El perro salió como un vendaval de la cocina, dio un gran salto sobre él: todo lo había estado esperando, sintió que su auténtico ser jamás se había marchado de allí y, sin embargo, se sentía como alguien que vuelve a la vida desde la muerte.


Stefan Zweig e un párrafo de su relato Obligación impuesta del libro de relatos La mujer y el paisaje. Acantilado. 2007

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